"Cradle to Cradle" // Rediseñar el modo en el que hacemos las cosas



Fijémonos en el árbol del cerezo.
A la vez que crece, persigue su propia abundancia regenerativa (produce muchos más frutos de los necesarios para su reproducción); secuestrando carbono, produciendo oxígeno y estabilizando el suelo. Entre sus raíces y ramas y sobre sus hojas, da acogida a una diversa flora y fauna, que depende de él y entre sí para las funciones y flujos que sostienen la vida. Y cuando el árbol muere, vuelve a la tierra, liberando, al irse descomponiendo, minerales que nutrirán el saludable crecimiento de nuevas plantas en el mismo lugar. El árbol no es una entidad aislada separada de los sistemas que lo rodean: está inextricable y productivamente implicado en ellos. Ésta es la diferencia clave entre el crecimiento de los sistemas industriales y el crecimiento de la naturaleza.

Consideremos una comunidad de hormigas. Como parte de su actividad diaria:
Gestionan sus residuos materiales y los de otras especies de forma saludable y efectiva cultivan y cosechan su propio alimento a la vez que nutren el ecosistema del que son parte construyen casas, granjas, vertederos, cementerios, áreas de habitación y almacenes para los alimentos de materiales que pueden ser verdaderamente reciclados crean desinfectantes y medicinas que son saludables, seguros y biodegradables mantienen el suelo para todo el planeta.
Individualmente [los humanos] somos mucho mayores que las hormigas, pero colectivamente su biomasa excede la nuestra. Igual que casi no existe un lugar del planeta que no haya sido tocado por la presencia humana, tampoco existe casi ningún hábitat terrestre, desde el desierto árido a la ciudad interior, que no haya sido tocado por una especie de hormigas. Las hormigas son un buen ejemplo de una población cuya densidad y productividad no son un problema para el resto del mundo, porque todo lo que hacen retorna a los ciclos cunaacuna (cradle to cradle) de la naturaleza...

LA PLAZA DE LA ENCARNACIÓN: MONUMENTO SOCIAL DEL SIGLO XXI




Las plazas son lugares de historia, sitios de encuentro y manifestación del arte, la cultura, la política y la libertad; son espacios enriquecidos por la sociedad y el tiempo, inevitablemente unidos a la esencia de la ciudad a la que pertenecen. Conforman un lugar redescubierto y una arquitectura que se renueva y actualiza, un escenario mutante que va cambiando adaptándose a las necesidades sociales y simbólicas.

La plaza y la arquitectura forman parte de un mismo cuerpo; la arquitectura la limita, la consolida, la rodea, le da escala, armonía, ritmo y cadencia; soportales o galerías, paramentos y zócalos, aleros y cornisas, instituciones y viviendas, llenos y vacíos, pero sobretodo habitantes, que en su conjunto le proporcionan una riqueza particular a su espacialidad.
La plaza ha tenido en la historia de Occidente un claro significado comunitario; dicho significado se refiere a su condición de ámbito contenedor, como el vacío que se genera al encerrar los brazos una porción de aire. Podemos pensar la plaza como un abrazo, en el que la materia encierra y limita la no-materia; esta visión más conceptual y simplificada nos puede evocar desde el Conjunto Megalítico de Stonehenge a proyectos muchos más contemporáneos, pero de iguales características como la “Capilla Abierta” o el “Vacío Circular” del estudio Dellekamp, enlazando así una franja de larguísima historia.

Sin embargo, siendo estrictos en el significado, no se puede etiquetar este tipo de vacíos como plazas, ya que toda plaza está siempre vinculada a un espacio urbano; no hay lugar público si no hay ciudad, si no hay ciudades, personas que circulan, que se reúnen y se expresan libremente en un espacio que es de todos y sobre el que nadie se puede reservar el derecho de admisión.

La plaza, hoy, lugar lleno de vida y de historia. La plaza ayer, en un ayer cercano, con puestos de agua, sillas metálicas, comercios, mercaderes, clérigos, estudiantes poco estudiosos mendigos y pícaros. Siempre, antes y ahora, lugar de citas, de encuentros, de bullicio o de sosiego.

Como la vida, como la historia, que han ido cambiando desde entonces hasta hoy, también se han ido modificando el uso y la morfología de la plaza.

La intervención del arquitecto Jürgen Mayer en la Plaza de la Encarnación, removió al pueblo suscitando una avalancha de críticas y protestas en contra de esta, cuanto menos extravagante propuesta, que sin duda supone un cambio en el paradigma morfológico de las plazas, tal y como las veníamos entendiendo durante siglos de historia.


RECORRIDO HISTÓRICO POR LA PLAZA DE LA ENCARNACIÓN///


La plaza de la Encarnación, situada en pleno centro histórico de la ciudad de Sevilla, se trata de un espacio de casi una hectárea y media de superficie, que a lo largo de su dilatada historia, no ha parado de sufrir metamorfosis traumáticas, que buscaban la identidad y correcto funcionamiento del mismo.

La actual plaza es histórica hasta el punto en que aquí estuvo situada la puerta norte de la muralla romana y otra de la muralla abadí de Isbiliya, por lo que debió ser atravesada por la muralla de la ciudad del 50 a.C., cuyo trazado ha dejado profunda huella no sólo en los sectores urbanos confluyentes, sino también en el propio espacio de la plaza.

Durante el siglo XVI se instalan en el entorno de la plaza diversas instituciones religiosas, entre ellas el Convento de la Encarnación de Religiosas Agustinas, que ocupaba la manzana germen y origen de la plaza de la Encarnación. Inicialmente, esta plaza se limitaba a una dilatación previa al convento, de dimensiones bastantes reducidas, en cuyo centro se coloca en 1720 una fuente (aún existente), donde antes “se adiestraban los caballeros en el arte de la gineta, picar toros y arrojar cañas”.
La plaza continuó con sus reducidas dimensiones hasta que el gobierno de Jose I Bonaparte resolvió dotar a la ciudad de un gran mercado central, lo que supuso el derribo de la manzana completa a la que pertenecía el convento. Así, en 1811 las monjas son trasladadas y el convento destruido. El nuevo mercado, que responde a un esquema rígido y cerrado en sí mismo, ocupa la mayor parte del vacío resultante tras el derribo, insertándose en éste, no obstante, de un modo más holgado que la primitiva manzana. A partir de estos momentos, la Plaza de la Encarnación se convertirá en un foco de atracción urbana y financiera de primer orden sobre el que gravitará gran parte de la actividad comercial de la ciudad.

La concentración de actividades comerciales en el entorno del mercado de abasto y las ventajas de su posición central en el interior del casco, darán lugar a una serie de conflictos urbanos, sobre todo, en lo que concierne a las comunicaciones entre distintos sectores del centro, y entre el centro y la periferia, a los que se intentará poner remedio con sucesivos proyectos de reforma interior del centro histórico.

Desde finales de siglo XIX se suceden numerosas propuestas, siempre frustradas, encaminadas a la ampliación del viario en la misma línea de reformas de los cascos históricos que se estaban produciendo en toda Europa desde que el barón Haussmann las había empezado en París. Pero el mercado resiste hasta 1948 cuando se derriba una parte para comunicar las calles de Laraña e Imagen y se reordena la plaza.

La primitiva fuente que presidía el antiguo mercado se recoloca en centro de la nueva plaza. Lo que quedaba del mercado se derriba en el año 1973. Los puestos que restantes se trasladan a una esquina del solar a un mercado “provisional” que se prolongó durante 37 años.

A lo largo de muchos años sirvió de aparcamiento de coches o parada de autobuses, quedando sin ejecutarse numerosas propuestas que nunca terminaban de cuajar. Se retomó la idea del mercado que incluía un aparcamiento subterráneo, pero el problema adicional de los restos arqueológicos que se encontraron, hizo que las obras se pararan en la fase de cimentación. Cito textualmente palabras del artículo de José Fariña, "Sevilla, unas setas se comen la Encarnación"

“El siglo XXI había convertido a nuestro espacio en una especie de campo de batalla (en realidad, de excavaciones), cercado de vallas y que condenaba toda la zona a su mismo purgatorio. El centro en todas las guías turísticas era La Campana y nuestro lugar maldito por supuesto que no aparecía en ninguna”.  


ANTOLOGÍA CRÍTICA: “LAS SETAS” DE MAYER///

En el año 2004 el ayuntamiento convoca un concurso internacional para intentar resolver el problema que arrastraba este espacio. La propuesta ganadora resultó ser la del “Metropol Parasol” del arquitecto Jürgen Mayer, quien tras años de frustraciones parece haber dado con la solución final. El proyecto se organiza en cinco niveles diferentes: el que contiene un museo con los restos arqueológicos está situado bajo la rasante original del terreno donde se asienta la galería comercial; la nueva plaza está encima.  Más arriba una zona de restaurantes y, por último, la pasarela-mirador que recorre la parte superior.

La estructura se compone de más de 3.000 elementos de madera diferentes, de altura y ancho variables, unidos entre sí mediante barras de acero encoladas. En esta ocasión, parece que las complejidades del diseño computacional paramétrico no supusieron un problema, pero sí lo fue en cambio el tremendo calor que azota Sevilla en época estival, ya que obligó a los ingenieros especializados a investigar una solución alternativa para las uniones, desarrollando un nuevo proceso de encolación, capaz de soportar las altas temperaturas de Sevilla.

Con esta intervención, Mayer sin duda alguna ha dotado a la histórica plaza de la Encarnación una imagen totalmente distinta a cualquier lugar céntrico de Sevilla, de hecho se trata de formas completamente ajenas a la ciudad. Hay una discordancia explícita que sin duda impacta a primera vista y que hace plantearme qué tipo de “intervención patrimonial” es ésta si se posa, aterriza cual maqueta se tratara, en medio de un vacío urbano consolidado, sin tener la más mínima consideración a lo que la rodea, generando unas tensiones palpables en el ambiente entre lo existente y lo colocado.


“El paisaje, sea urbano o no, lo es en tanto que se valoran determinados elementos característicos que lo definen y lo identifican. Casi siempre son los que dan continuidad histórica. Su conservación y potenciación es vital para mantener el discurso temporal que liga las personas con el territorio […] Los territorios y sus habitantes necesitan, sobre todo ahora, una mirada interior. Una recomposición de las relaciones cercanas. Las Setas de la plaza de la Encarnación podían estar colocadas igualmente en la Puerta del Sol de Madrid, en la Plaza Mayor de Valladolid, en la de Armas de La Serena o en el King Circus de Bat”. 
José Fariña, “Sevilla, unas setas se comen la Encarnación”

De hecho, parece que las enormes setas han “esquivado” los restos arqueológicos por supuesto,  pero la fuente de mármol más antigua de Sevilla de la que hablamos al principio, se ha quedado arrinconada al lado de una de las mayestáticas columnas de la nueva estructura, convirtiéndose en una mera anécdota humilde sólo al alcance de curiosos interesados.



Otra característica del proyecto que desorienta, desconcierta y pone en crisis el entendimiento de una plaza, es la existencia de varios niveles de suelos que compiten entre sí. Resulta curioso que atendamos tan poco al suelo a pesar de ser el único elemento arquitectónico básico con el que establecemos un contacto físico continuo y del cual más próximos estamos; la mirada se dirige normalmente al horizonte o hacia arriba, hacia los puntos inalcanzables, pero hay que reparar en cuán importante es la configuración de un simple suelo en la arquitectura y cómo una sencilla composición de elementos planos es capaz de transformar o enfatizar una determinada estructuración del espacio. En este caso, la manera en que se conectan estos dos niveles distintos a través de una monumental escalinata nos impide tener un horizonte y una profundidad, una referencia. A pesar de ser “una plaza”, el suelo no juega ningún papel especial, toda la atención se centra en los llamativos parasoles – una vez que levantamos la cabeza tras el ejercicio físico de subir las escaleras-. La plaza elevada rompe completamente la unidad visual de un espacio que, sin obstáculos, sería grandioso.

Hablamos de miradas:

¿Qué era el paisaje para los modernos y qué nos dejaron por herencia? La modernidad construyó e instituyó la noción del paisaje-objeto, un tipo de paisaje que se mira, se usa y se explota pero jamás se establece con él una relación de igualdad. Se mira: el paisaje se contempla en ese peep-show paisajístico dibujado tantas veces por Le Corbusier; una habitación flotante y un señor –el hombre tipo- sentado (…) Una posición aséptica, estática y contemplativa, que materializa un dominio sin posesión” 
Fragmento de Iñaki Ábalos, “Atlas Pintoresco Vol.1: el observatorio”, Editorial Gustavo Gili, Barcelona, 2005.  

Así es cómo se nos presentan las setas, alejadas, intangibles, inalcanzables… hechas para ser contempladas desde nuestra insignificante escala, pero consiguiendo este efecto sólo por su monumentalidad y no gracias a las milenarias estrategias de la mirada, del énfasis en la perspectiva y de los recursos para potenciarla a través de la superficie, que se han tenido en cuenta siempre a lo largo de la evolución histórica de este tipo de espacio público:

- El Ágora griega es descrita generalmente como un espacio libre, abierto hacia el infinito, definido por volúmenes puros que no cierran los vacíos, como Bruno Zevi los caracterizaba: “insuperadas joyas de gracia escultórica reposada y reposante e impregnadas de una dignidad espiritual nunca más alcanzada”.

Pero en realidad, el concepto del espacio griego es mucho más complejo, en absoluto primario, y más que el resultado de la pura sensibilidad plástica era fruto de un concienciado conocimiento de los efectos ópticos debido a la fisiología de la visión y de las leyes gestálticas; tiene mucho que ver con el concepto de teatro, que también pertenece a la antigua Grecia. Theatron significa “espacio para mirar” y en cierto sentido se convierte en la idea de espacio público que se tiene en Grecia; podemos afirmar que se proyecta desde la mirada.
                                 
-El Templo Griego estaba concebido para ser visto desde muchos puntos de la ciudad, sin embargo, el Templo Romano obligaba al espectador a contemplarlo exclusivamente de frente; la geometría del espacio romano transmitía su disciplina al  movimiento corporal y, en ese sentido, comunicaba la orden de mirar y obedecer y de ahí el “dictum” romano de mirar y creer. 
Estos antiguos ejemplos nos dan la clave de un espacio bien pensado y proyectado para ser contemplado, en el que cada elemento y su posición están justificados bajo un criterio coherente, cosa que bajo mi punto de vista no ocurre en Metropol.

Hay que admitir que con esta estrategia sin embargo, la Encarnación “ya” se ha convertido en una referencia. Los turistas no pueden irse de la ciudad sin verla. No es una plaza, es un monumento más.

Tradicionalmente, los poderes de la ciudad han revestido de monumentalidad los edificios institucionales y públicos. Estos edificios no solo debían cumplir una función  como equipamientos de la comunidad, sino que debían, mediante su forma exterior,  representar una cierta idea elevada que la comunidad pretendía tener de sí misma. El monumento, un objeto cuya única función en origen era la de marcar un lugar en la memoria colectiva, adquiere así múltiples funciones urbanas  (archivos (Tabularium), lugar de asambleas políticas (Curia senatorial), termas, circos, teatros, anfiteatros...). Con la madurez del fenómeno urbano (lo hemos visto en el caso de la ciudad de Roma antigua), el edificio público se hace monumento, o al menos adquiere un cierto carácter monumental. Ya no son solo los templos y los edificios religiosos los que representan coronándolo, rematándolo el asentamiento humano compuesto de casas anónimas. Un paso alternativo a este es el de la monumentalización incluso de la arquitectura residencial del poderoso, y más tarde el de la monumentalización de la arquitectura residencial de los que ocupan un lugar alto en la jerarquía social. En todos los casos, el monumento puede entenderse como símbolo de valores naturales cercanos al pueblo, pero también como símbolo del poder de sus representantes.
Fragmento extraído de La révolution urbaine, de Henri Lefebvre.

El monumento es esencialmente represivo. Es la sede de una institución (la Iglesia, el Estado, la Universidad…). Si organiza en torno a sí mismo el espacio, es para colonizarlo y oprimirlo. Los grandes monumentos han sido construidos a la gloria de los conquistadores y de los poderosos. Mucho más excepcionalmente a la gloria de los muertos o a la de la Belleza que se ha ido (caso del Taj Mahal). Sería el caso de ciertos palacios y de los mausoleos. La desgracia del arquitecto es que él ha querido levantar monumentos y a la hora de habitarlos, o bien ese “habitar” lo ha concebido, a imagen del monumento, como algo monumental (que no es este caso); o bien ese “habitar” ha sido totalmente descuidado. La extensión al habitar del espacio monumental es siempre una catástrofe, oculta además a los ojos de los que la sufren (las viviendas que han quedado pared con seta…). En efecto, el esplendor monumental es de carácter formal. Y si el monumento se ha cargado siempre de símbolos, es para ofrecérselos a la consciencia social y a la contemplación (pasiva), cuando esos símbolos, ya caducos, han perdido su significado. Como por ejemplo, los símbolos revolucionarios sobre el Arco del Triunfo construido por Napoleón.

Pero, también hay que decir que es el único lugar de vida colectiva (social) que podamos concebir e imaginar. Si ejerce un control sobre nosotros, es para poder reunirnos en torno a él. Belleza y monumentalidad van siempre juntas.

En nuestras sociedades modernas, que ya no tienen nada que ver con la del siglo XIX, y ni siquiera con las del siglo XX, lo monumental es totalmente superfluo, innecesario e incluso caduco. Esto no significa que no necesitemos construir nuestra memoria. Al contrario, hoy lo hacemos más que nunca, pero la memoria de lo que hemos sido no necesita enfatizarse mediante un formalismo “monumentalizador” añadido. A los edificios públicos de hoy en día no se les pide que nos representen digna, pomposa y altivamente, sino que cumplan bien su función como piezas urbanas en torno a las cuales se desarrollan las actividades de encuentro humano que son imprescindibles para que la ciudad sea realmente ciudad. Y esto, con las setas, sí que se ha conseguido. Las setas es el único lugar dónde, por su desgraciada o no configuración, el 15M puede verse a sí mismo, a diferencia de otros puntos de encuentros (generalmente plazas), donde para apreciar la marabunta hace falta una vista de pájaro. Creo que lo que más permanecerá en la memoria serán las multitudinarias convocatorias de activismo social, que han hecho de este espacio su más que conocido “meeting point”, abarrotando sus escalinatas de “indignadas” y haciendo sentir a la gente que el espacio es de la gente (aunque en particular este espacio semi-público cierre a determinadas horas de la noche) en estos tiempos de necesarios cambios políticos, sociales y económicos, pues al final, y en definitiva lo que queda son los recuerdos de las experiencias vividas que están asociadas a lugares que permanecerán congelados en nuestra mente toda la vida.


BIBLIOGRAFÍA///

- R. Vioque Cubero, I.M. Vera Rodríguez, N. López López, Apuntes sobre el origen y evolución morfológica de las plazas del casco histórico de Sevilla, Junta de Andalucía.

- COAS, FIDAS, NODO, Plaza de la Encarnación Exposición. La plaza y el laberinto, 2003

- Trachana Angelique, La Evolución de la forma del espacio público, Nobuko, Buenos Aires, 2008.

- Pérgolis, Juan Carlos, La Plaza: el centro de la ciudad, Santa Fe de Bogotá: Universidad Católica de Colombia, Universidad Nacional de Colombia, 2002.

- Ábalos, Iñaki, “Atlas Pintoresco Vol.1: El Observatorio, Gustavo Gili, Barcelona, 2005.

- Ábalos, Iñaki, “Atlas Pintoresco Vol.2: Los Viajes, Gustavo Gili, Barcelona, 2005.

- www.elblogdefarina.com, artículo “Sevilla, unas setas se comen la Encarnación” (10/05/2012)

- www.fernandoalda.com, artículo Plaza de la Encarnación: ¿Un nuevo ágora de Sevilla?(23/05/2012)